abro crueles ventanales que me impiden escuchar las voces revolucionarias de la noche,
y clavo mis rodillas ante un enemigo
que no demuestra el más mínimo signo de cansancio,
para en esta piadosa posición
mendigar migajas de certidumbre que rearmen mis alas.
Estamos tú y yo solos, frente a frente,
sin más armas que nuestras caras
sin más escudos que nuestras almas,
y te enfrento y cada día más te odio,
no me tienes piedad, no la busques en mí,
y así, en la noche que pueda celebrar mi victoria
tus aposentos arderán en desespero
teniendo que procurarse nuevo inquilino.
Hoy me has vencido, hoy me has vuelto a vencer,
pero no te fíes de tus repetidos éxitos
pues cuánto más triunfal te sientas,
más fuerza tendrá mi espada en el siguiente golpe
y más cercano me encontraré de mi certero ataque final,
no lo olvides,
sólo me has vuelto a vencer un día más,
pero esto no significa garantía de gloria.
Te recrearás en tus vanidades, con regocijo, presumirás de tus victorias, y yo, con la puerta entreabierta vigilaré cada una de tus arrogancias con la espada desenvainada y las emociones rebozadas en coraje. Tu clamorosa ventaja alimenta mis fuerzas, tu exceso de confianza será mi triunfo.
Antonio Vega ya tiene dedicada una plazuela
y las calles mojadas lo vieron crecer,
las que transitan mis anárquicas suertes
hoy están anegadas y en ellas me ahogo,
pero desde el postrer suspiro,
aclaro mi mente y mi garganta y te grito:
MALDITA INCERTIDUMBRE, ríe, ríe hoy que a mi costa aún puedes,