...una vez, en un lugar, situado cerca de mucho y alejado de todo, los gobernantes cedieron el poder al Poema, dejaron gobernar al Verso...































jueves, 10 de mayo de 2012

TRES ENCUENTROS

TRES ENCUENTROS


...de cómo la vida me sigue dando lecciones a diario y de cómo me gusta, cada día más, aprender de ellas...







Corría allá por el año 1981, concretamente una soleada mañana de un 13 de diciembre, cuando nos encontramos por primera vez. El iba de blanco y yo de verde. El campeonato de segunda división juvenil nos había encuadrado en el mismo grupo y, por tanto, debíamos enfrentarnos dos veces. Fue un año bastante bueno por nuesta parte, y no tanto por la suya. Nosotros, que teníamos un buen equipo, aunque un tanto golfo, acabamos en la parte alta de la clasificación, alternando inolvidables victorias, como la que conseguimos ante el todopoderoso de la época Sant Fost, para más inri, en su propia casa, un pabellón inaccesible para los rivales, con derrotas ante algún que otro equipo poco dotado para la práctica balonmanística. Aquel día vencimos, no con la holgura que hacía presumir nuestra distancia en la tabla clasificatoria, pero vencimos en aquella pista, como la mayoría de las de la época, de cemento y descubierta. Estaba situada en la Escuela Pegaso, justo detrás del Hipercor de la Meridiana. Cuatro meses después, el 18 de abril, les devolvimos la visita a su pueblo del Baix Llobregat y, de nuevo, en pista descubierta y de cemento, ellos de blanco y nosotros de verde, les vencimos.
Hace unos pocos meses, diciembre del pasado año, nos volvimos a encontrar. A los dos la carrera de balonmano nos había dado, que no es poco, una gran cantidad de buenos ratos y, sin duda, los mejores amigos de nuestras vidas. Por lo demás duró lo que tenía que durar, la mía hasta que los horarios de entreno se hicieron incompatibles con los laborales y la suya..., la suya también se hizo incompatible con su día a día. En este tercer encuentro, como no, el iba de blanco y yo, como no, iba de verde. Habitualmente voy de blanco, pero aquel día un mal pulso hizo que derramase una tenedorada de macarrones sobre mi inmaculada vestimenta, por lo que tuve que acudir a refugiarme en el segundo uniforme oficial, el de las emergencias. En este tercer encuentro, bajo techo y con superficie de apoyo de última tecnología, fue él quien venció...y de paliza. La lección de entereza que me dió explicándome con detalle los avatares de su vida, de cómo había tenido que dejar el balonmano, su gran pasión, por incompatibilidad, una incompatibilidad que llevaba con la mayor de las dignidades. Mis horarios fueron los incompatibles con el balonmano, en su caso fue su cuerpo, y en concreto una implacable ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica) la que le hizo decir adiós a dejarse la piel por las pistas. Tal es su pasión por este deporte, que poco tardó en sacar el tema y de presumir, con toda la humildad del mundo, de ser amigo de uno de los jugadores históricos de este país que se proclamó campeón mundial y que le trajo de regaló de ese campeonato una camiseta de la selección firmada por todos los jugadores. Esta camiseta luce en su habitacón, enmarcada, como el gran trofeo conquistado, que se sabe que es imposible de superar. Acabamos deduciendo que nos habíamos enfrentado en la pista, deducción hecha mientras yo intentaba rehabilitar en aquella habitación de hospital recortado lo, tristemente, casi irrehabilitable. En realidad, a estas alturas, lo que dedujimos fue que lo que en verdad habíamos hecho era compartir en aquellas descubiertas pistas de cemento momentos verdaderamente felices...pero tristemente irrecuperables...sobre todo para él. Acabaron dándole de alta mientras yo estaba de vacaciones de Navidad y no nos pudimos despedir.
Hace pocos días, por una de esas casualidades que tiene la vida o por uno de aquellos guíños que te ofrece el universo (yo lo prefiero así) me enteré que la cosa no le iba muy bien. Coincidiendo en el tiempo con esta noticia, deshaciendo una caja de fotos, cerrada desde mi último traslado, allá por octubre pasado, cayeron en mis manos las fotografías de aquel primer encuentro, el 13 de diciembre de 1981. No se si fue mi primo o mi padre quien hizo las fotos. De aquella época sólo tengo fotos de dos partidos y ambos, mi primo y mi padre, se repartieron el papel de fotógrafo en las dos ocasiones. No deja de ser otro guiño del universo que una de ellas, además la que mejor conserva las imágenes, sea de aquel día. Entre las fotos encontré también el calendario de aquella temporada, curiosamente sólo guardo dos, el de ese año y el del siguiente cuando, ya en categoría senior, me volví a enfrentar a su equipo pero no a él, que todavía era juvenil.
Miro las fotografías y lo reconozco fácilmente, vestido de blanco... el tema es saber si reconozco al chaval de diecisiete años enfundado en una camiseta verde, con el número dos a la espalda... y en el corazón...