Como mis humedades
se empeñaban en seguir apagando mis llamas,
seguía sin fecundar
mis instantes, traicionando batallas
y lijando al abrazar,
la mejor de mis
caras continuaba buscando el Boulevard Mediodía
mientras una de las
peores, deprimida, extranjera,
enemiga y sin rima, predecible y
tensionada,
con la vista en bloqueo unidireccional
con la vista en bloqueo unidireccional
sin mirar nada de
nada, sin ver hasta lo más evidente,
se arrastraba
perdedora en el escenario vital, sin personalidad
sin acertar en la
justa medida de dulzura y sal,
mis neuronas se
habían agriado y mi cerebro enmohecido,
mis besos eran como
aquella empalagosa masa de azúcar requemada
y mi mirada
desprendía, hacia todo, desprecio,
mi temperatura era gélida,
mis pasos rastreros
y mis penetraciones penosas.
Como las llamas de mis humedades más resecas
decidieron salir al
exterior y compartir momentos obvios,
instantes fecundos,
sinceras batallas y abrazos aterciopelados,
la mejor de mis
caras se pasea por el Boulevard Mediodía,
enardecida, ya no
extranjera, amigable y repleta de rimas
abstracta y
relajada, rotando trescientos sesenta grados
para observar
absolutamente todo, sin perder detalle,
erguida con orgullo
en el escenario vital, con personalidad
y con el punto
justo de azúcar y un toque sublime de sal,
mis neuronas se han
almendrado y mi cerebro garrapiñado,
mis besos son como
aquella perfecta nube azucarada
y mi mirada
desprende, hacia todo, fervor, y mi temperatura hervor,
mis pasos son
presumidos y mis penetraciones celestiales.
He dejado atrás las tardes de las rosas no
regaladas,
las sopas frías y
las mermeladas caducadas.
EL FISIOTERAPOETA
9 febrero 2011
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